No es necesario responder a las críticas de Jacques Derrida a propósito de nuestro libro, Imposturas intelectuales, pues él no formula ninguna (Le Monde del 20 de noviembre). Se satisface con lanzarnos a la cara algunas expresiones peyorativas -- "ocasión para una reflexión seria estropeada", "no serio", "jinetes poco diestros", "censores" -- sin señalar un solo error en nuestro libro o criticar uno solo de nuestros análisis. Por otra parte, desde la publicación del libro, asistimos a la repetición de la misma situación: nuestros detractores no hacen ninguna crítica concreta; ellos admiten implícitamente que lo que decimos es cierto, pero argumentan que, por una serie de razones, no está bien que se diga.
Visto que Derrida dedica la mayor parte de su artículo a defenderse contra un ataque que, de nuestra parte, es inexistente, vale la pena quizás aclarar la relación (tenue) que existe entre Derrida y nuestro libro. Un viejo comentario de Derrida a propósito de la relatividad de Einstein aparece, en efecto, citado en la parodia de Sokal. Ahora bien, el propósito de esta parodia era, entre otros, mofarse de un tipo de discurso, muy frecuente en el postmodernismo norteamericano, que consiste en citar las obras de los "maestros" como si ello pudiera sustituir un argumento racional. Y como los textos de Derrida y Lacan, así como los enunciados más subjetivistas de Bohr y Heisenberg sobre la interpretación de la mecánica cuántica, forman parte de las referencias favoritas de esta microcultura, ellos eran un caballo de Troya ideal para penetrar en su ciudadela.
Pero nuestro libro, contrariamente a la parodia, tiene un blanco estrictamente limitado -- el abuso sistemático de conceptos y términos provenientes de las ciencias físico-matemáticas -- y Derrida no entra en esta categoría. Hemos escrito en la introducción: "Aunque la cita de Derrida recogida en la parodia de Sokal es bastante divertida, ésta parece aislada en su obra; por lo tanto no hemos incluido ningún capítulo sobre Derrida en este libro." Además hemos prevenido al lector contra la "amalgama entre los procedimientos, muy diferentes, de los autores" que discutimos; esto vale a fortiori para los autores que no discutimos, como es el caso de Derrida. Él tiene entonces razón en quejarse cuando los medios, al hacer la reseña de nuestro libro, añaden a veces su foto; mas el reproche debe estar dirigido a los periodistas y no a nosotros, quienes hemos sido lo más claros posible.
Estamos, entonces, de acuerdo en deplorar tanto las amalgamas de las que ha sido víctima Derrida, como las que se han hecho entre nuestra crítica, que se atiene a la claridad y el rigor -- cualidades que no tienen ningún tinte político -- y ciertas corrientes políticamente reaccionarias, a las que somos totalmente extraños y, de hecho, firmemente opuestos. Criticar la invocación abusiva del axioma de elección no es lo mismo que atacar la seguridad social .
Derrida nos hace un solo reproche concreto: él señala algunas diferencias, de las cuales una le concierne, entre los artículos que hemos publicado en Libération (18-19 de octubre) y en el Times Literary Supplement (17 de octubre), de lo que concluye que se trata de un "oportunismo" deshonesto: decir una cosa a los franceses y otra a los ingleses. Desgraciadamente la verdad es mucho más banal. En Libération hemos escrito: "De ningún modo criticamos toda la filosofía francesa contemporánea; solamente abordamos el abuso de conceptos de la física y la matemática. Algunos pensadores famosos como Althusser, Barthes, Derrida y Foucault están esencialmente ausentes de nuestro libro." Pero el editor del TLS nos pidió que formuláramos esta última frase de manera afirmativa; así que la reemplazamos por: "Algunos pensadores famosos, como es el caso de Althusser, Barthes y Foucault, aparecen en nuestro libro únicamente en un papel menor, como admiradores de los textos que criticamos." Si hemos omitido a Derrida de esta última lista, ¡se debe a que él no aparece en nuestro libro, siquiera en ese papel menor! Notemos de pasada que la lista de los "excluidos" podría ser mucho más larga: Sartre, Ricoeur, Levinas, Canguilhem, Cavaillès, Granger y muchos otros están totalmente ausentes de nuestro libro. Nosotros atacamos una forma de argumentación (o de intimidación) que abusa de los conceptos científicos, y no principalmente una forma de pensamiento.
Para terminar, repitamos por enésima vez que no nos oponemos en lo más mínimo al simple uso de metáforas, como parece creer Max Dorra (Le Monde, 20 de noviembre). No reprochamos a nadie el uso de términos corrientes como "río" o "caverna", ni siquiera de términos que tienen múltiples sentidos como "energía" o "caos"; criticamos la utilización de términos muy técnicos, como "conjunto compacto" o "hipótesis del continuo", fuera de su contexto y sin explicación de su pertinencia. Luego de haberlo subrayado tantas veces -- en el libro y en los numeroso debates que le han seguido --, es triste ver a nuestros detractores repetir las mismas generalidades sobre "el derecho a la metáfora", sin tomarse el trabajo de defender uno solo de los textos que criticamos.
Jean Bricmont
es profesor de física teórica en la Universidad
de Louvain (Bélgica).
Alan Sokal
es profesor de física en la Universidad de Nueva York (EUA).
Traducción para La Intrusa (La Habana, Cuba): Osvaldo Clejer