Le Monde me pregunta qué comentario haría sobre el libro de Alan Sokal y Jean Bricmont, Imposturas intelectuales, considerando que yo soy mucho menos atacado en él que otros pensadores franceses. Mi respuesta es: todos esto es bien triste, ¿no le parece? Para el pobre Sokal, ante todo. Su nombre ha quedado asociado a una superchería ("The Sokal's hoax", "la broma de Sokal", como se dice en los Estados Unidos) y no a trabajos científicos. Triste también porque la ocasión para una reflexión seria parece estropeada, al menos en un espacio ampliamente público, que merece algo mejor.
Habría sido interesante estudiar escrupulosamente las llamadas metáforas científicas, su papel, su estatuto, sus efectos en los discursos incriminados. ¡No sólo en el caso de "los franceses"! ¡Y no sólo en el caso de esos franceses! Eso habría requerido que se leyera en serio, en su organización y en su estrategia teóricas, tantos discursos difíciles. Mas esto no ha sido hecho.
En cuanto a mi modesto "caso", es más gracioso aún, por no decir extravagante. Al principio de la impostura, en los Estados Unidos, luego del envío de la broma de Sokal a Social Text, era yo uno de los blancos favoritos, en particular en los periódicos (yo tendría aquí mucho que decir sobre esto). Porque era necesario hacer cualquier cosa, a cualquier precio, para desacreditar el "crédito", juzgado exorbitante e inoportuno, de un profesor extranjero allí. Así pues, toda la operación descansó entonces en algunas palabras de una respuesta improvisada por mí en un coloquio, hace más de treinta años (en 1966), y en el curso de la cual yo retomaba los términos de una pregunta de Jean Hyppolite. ¡Nada más, absolutamente nada! Por demás, mi respuesta no era fácilmente atacable.
No pocos científicos se lo han recordado al autor de la farsa en publicaciones accesibles en los Estados Unidos, como Sokal y Bricmont parecen reconocerlo hoy -- con qué contorsiones -- en su libro compuesto para el público francés. Aún cuando este breve comentario hubiera sido discutible -- lo que yo habría aceptado considerar fácilmente -- de nuevo habría sido necesario demostrarlo y discutir sus consecuencias en mi discurso. Mas esto no ha sido hecho.
Yo he sido siempre prudente y mesurado en el uso de la referencia científica, y en más de una ocasión he tratado este problema. Explícitamente. De hecho, los numerosos lugares donde hablo, y de manera precisa, de "lo indecidible", por ejemplo, o incluso del teorema de Gödel, no han sido localizados ni visitados por los censores. Todo nos permite pensar que ellos no leyeron lo que habría sido necesario leer para considerar en su justa medida estas dificultades. Ellos probablemente no han podido hacerlo. No lo hicieron, en cualquier caso.
Una de las falsificaciones que más me ha chocado consiste en decir hoy que ellos no han tenido nunca nada contra mí (Libératión del 19 de octubre: "Fleury y Limet nos reprochan un ataque injusto contra Derrida. Pero semejante ataque es inexistente.") Ellos me colocan, en lo adelante, apresuradamente en una lista de autores indultados ("Algunos pensadores famosos como Althusser, Barthes, Derrida y Foucault están esencialmente ausentes de nuestro libro"). Ahora bien, este artículo de Libération era la traducción de un artículo del Times Literary Supplement en el que sólo mi nombre había sido oportunamente excluido de la misma lista. Incluso es la única diferencia entre las dos versiones. ¡De esta forma, Sokal y Bricmont agregaron mi nombre, en Francia, en el último momento, a la lista de los filósofos honorables, para responder a ciertas objeciones embarazosas: contexto y táctica obligan! ¡Una vez más el oportunismo! Esta gente no es seria.
En cuanto al "relativismo" que, dicen, les preocuparía, pues bien, en esos casos donde esta palabra tiene un sentido filosófico riguroso, no hay rastro de ella en mi obra. Ni de una crítica de la Razón y de las Luces. Más bien al contrario. Lo que yo tomo más en serio, en compensación, es el contexto más amplio -- americano y político --, que yo no puedo abordar aquí, en estos límites; y son estos a su vez los problemas teóricos que han sido tan mal tratados.
Estos debates tienen una historia compleja: ¡bibliotecas de trabajos epistemológicos! En vez de oponer los "doctos" ["savants"] a los otros, ellos dividen el campo científico mismo. Y el del pensamiento filosófico. Divirtiéndome con ello, quizás, me tomo en serio también los síntomas de una campaña, de una caza incluso, en la que a unos jinetes poco diestros se les haría difícil quizás identificar la presa. Y ante todo el terreno.
¿Cuál es el interés de aquéllos que lanzaron esta operación, en un cierto ámbito académico y, muy próximo de éste, en el mundo editorial o en la prensa? ¡De esta manera, un semanario ha publicado dos imágenes mías (una fotografía y una caricatura) para ilustrar todo un "dossier" donde mi nombre no figuraba siquiera una vez! ¿Es esto serio? ¿Es esto honrado? ¿Quién tenía interés en precipitarse en una farsa en vez de participar en el trabajo serio que aquella tristemente ha suplantado? Emprendido desde hace tiempo, este trabajo se continuará en otra parte y de otro modo, así lo espero, de una manera digna: a la altura de lo que está en juego.
Jacques Derrida, filósofo, es director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París).
© Le Monde, 1997.
Traducción para La Intrusa (La Habana, Cuba): Osvaldo Clejer